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A la chica del café


Sí, es verdad, no estamos ya en posición de buscar a alguien hermoso de rostro o “perfecto” de cuerpo: ahora somos más cuidadosos. Es justo esa vida que ya no tenemos la que nos hace ver más allá del paquete, y a la vez, no perder tiempo en indecisiones yendo cada vez más rápidos y seguros por los asuntos que queremos o no en nuestras vidas.


Pero seré honesto, al verle cruzar el salón de este café, fue como si usted pusiera su dedo en mis narinas y me jalara así el rostro para mirarla en su paseo por el lugar. Revelaré también, que tengo cierta debilidad por las mujeres como usted, que se saben dueñas del universo que llevan dentro y con ese solo conquistan el mundo entero; y sus ojos, esos ojos: dos perfectas perlas de obsidiana, de brillo puntual y deslumbrante, bellamente enmarcadas por esa cera puesta en el contorno de sus párpados con un lapicillo de madera. Perdone si la mente no tiene límites, pero es que ahora le imagino frente al espejo de su baño, en bata, sujetando su cabello por encima de su cabeza con unas pinzas mariposa, la bañera húmeda y desprendiendo vapor, usted reclinándose frente al espejo y abriéndose un poco, solo un poco su bata; su mano manejando con ligereza ese lápiz del que hablaba, enmarcando esas ventanas blancas con esos puntos azabache.


Ha pedido un café y se ha ido a sentar justo enfrente de mí, a un costado del espejo que cubre el muro por completo, puedo verle la espalda y sus contornos a un mismo tiempo que su rostro.


Sí, a nuestra edad, raramente pretendemos buscar por el empaque o en primeras impresiones. Pero su fragancia discreta y firme diluida en el aroma de café, su justa media actitud entre serena, segura y sencilla, me hicieron probarla al sorber mi café con un sabor exquisito y delicado, mientras la miraba sentarse en ese sillón que hizo trono con solo posarse en él. Al verla hacerlo, viví de nuevo aquello que solo de adolescente me llenaba, esa química que intoxica el cerebro e inhibe la razón, que inspira en nuestro mozo pensar los más altos ideales del amor, del resguardo y de la supervivencia de la especie humana con solo mirar una figura que llena el alma. Cosa tan bella, sin duda ha de ser replicada.


Sí, basándome en las lecturas que ahora puedo presumir sobre cualquier persona, volvería a pensar que el amor existe, que sin duda usaría de nuevo mi armadura y subiría a corcel blanco, tan solo para poder atravesar el valle y los mil obstáculos que se opusieran: bosques de peligrosas mesas llenas de hostiles sillas ocupadas con pérfidas sombras de comensales y adversos meseros hechiceros, quienes entre todos desde luego, intentarían desviarme de mi certero encuentro con la dama bella. Y protegido más por la decisión que por mis láminas de hojalata que hacen de armadura, salvaría distancias, abatiría estorbos y zanjaría contrariedades; tan solo para ofrecerle tierna y grácilmente, que si usted tuviera a bien abandonarse a mi cariño y dedicarme todos sus pesares y pensares: sería yo capaz de vencer dragones o acaso domarlos, si es que su merced tal les concede conservar la existencia.


Y ahora, es esta la edad que me hace atreverme y no quedarme callado, la que me hace no solo pensar o maquinar, sino accionar. En unos momentos más, abandonaré el lápiz con el que escribo estas líneas, atravesaré el mar lleno de los peligros descritos y arribaré a su mesa.


Pero antes, si me disculpa, siendo yo un fiel seguidor de la andante caballería que a poco sobrevive, debo atender sin dilación al llamado de un pequeño príncipe que ha estado recién cuatro años sobre estas tierras, y por pequeño, debo de serle paciente y explicarle el diminuto y gran mundo que tiene enfrente de él. Sé que usted me comprenderá, pues en mi situación me pediría hace justo esto, o acaso más:


–Diga, pequeño príncipe. –Abuelo, ¿qué escribes? ¿Y por qué estás embobado mirando a la abuela poner la cafetera, otra vez?

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El artículo puede ser citado total o parcialmente dando el crédito al autor del mismo y citando la fuente. Pro Rege.



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